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Pueblo chico…ninguneo seguro

Por Dr. Fernando Botta Cabrera

Vivimos en un pueblo chico, al que le llamamos ciudad. Me refiero a ciudad si por tal entendemos a una importante población. Si nos comparamos con la realidad de ciudades de centenares de miles o de millones de personas con nuestros escasos 35000 habitantes somos muy poca cosa; un pueblo chico. Ello lleva a que las cosas sean de acuerdo a ese volumen de habitantes. Una de las clásicas consecuencias es el “Nos conocemos todos” dado que es muy fácil saber de alguien y tener referencias acerca de su vida, su persona, aunque no le conozcamos directamente siempre habrá alguien conocido, amigo o pariente suyo que podrá orientarnos. “Pueblo chico… infierno grande” dice el refrán en referencia a que toda clase de versiones circulan entre verdades, medias verdades o directamente mentiras. Cualquier cosa que se considere de interés inmediatamente circula y llega a todos. A veces son buenas noticias, pero la mayoría de las veces son de “las otras” y ahí es donde puede ser muy grave y delicado el difundir una versión de algo no correcto o falso………es muy fácil desplumar un ave, pero ¿Quién le pone nuevamente las plumas? La inversa también es posible, adornarse cual pavo real con plumas que no existen y ostentarlas en ese sistema de divulgación tan eficiente. Generalmente cuando es algo ficticio la noticia dura muy poco y, lentamente, su irrealidad lleva a que desaparezca, pero cuando alguien tiene méritos propios, que descolla y brilla por sí mismo surge el ninguneo, es decir la acción de menospreciar o no tomar en cuenta. Ninguneo que se aplica con frases tan lapidarias como ¿Quién se cree que es? o ¿Qué ha hecho para ser importante? u otras más sutiles como ‘Si yo lo conozco de toda la vida’ con las cuales se desacredita los méritos de la persona en cuestión además de supravalorar al propio “yo”. Mas negativo y hasta cruel es el ninguneo con la frase “Sí, pero…” tras la cual se pondrán toda serie de objeciones y críticas a la persona y hasta de su vida privada la cual a nadie debería importarle si hablamos de la vida pública salvo que fuese un predicador religioso.

Estos conceptos también se aplican a las empresas u organizaciones y en especial a las de servicio y comerciales. En el momento de juzgarlas muchas veces se valoran adecuadamente y lo positivo de su existencia, pero otras son blanco de críticas, hasta furibundas, por sus defectos (reales o no). El comercio, los servicios de pueblo chico necesariamente están adaptados a la escala, dada por la cantidad de posibles clientes o usuarios según corresponda y deben ser juzgadas con esa vara. Comparar con lo ofrecido en grandes ciudades no es correcto. Sin ir muy lejos tenemos muy cerca a Montevideo con más de un millón de personas y a Maldonado con más de cien mil; no hablemos de megalópolis como San Pablo o Buenos Aires, que están a unas pocas horas de viaje. Entonces deberíamos ser muy cautos cuando afirmamos que nuestras empresas comerciales o de servicios son “un desastre” o que “no tienen nada” y valorar su existencia y su oferta. Si no estuviesen nos daríamos cuenta que no tenemos nada y sufriríamos su ausencia y las reclamaríamos. Pensemos que cada vez que usamos un servicio fuera de nuestra ciudad o compramos algo fuera en forma indirecta nos estamos negando a nosotros mismos. Sin dudas que tampoco se trata de soportar pésimos servicios o pagar precios abultados por algo que podemos obtener cerca, sino de ser localistas y valorar lo que tenemos disfrutando, por qué no de la oferta que haya en otros lugares más grandes, de mayor escala. Temas como relación calidad-precio; oferta -demanda, expectativas -satisfacción sin dudas que ameritan otra nota.

Valoremos lo nuestro, las personas, las organizaciones y el comercio en su justo lugar, no comparemos cuestiones incomparables, busquemos lo mejor y, cuando algo o alguien se destaca, valorémoslo justamente, como un éxito de toda nuestra pequeña comunidad.

Hasta la próxima semana, estimado lector.


 
 
 

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